Los inicios de la Revolución Industrial se remontan a Europa en la Edad Moderna durante el siglo XVI, se vislumbra un avance en el comercio, métodos financieros, banca y un cierto progreso técnico en la navegación, impresión y relojería, avances que lamentablemente siempre se veían desplazados por epidemias, largas guerras y hambrunas que no permitían la dispersión de los nuevos conocimientos. Sin embargo, posteriormente, durante la época del Renacimiento se marcó otro punto de inflexión con la aparición de las primeras sociedades capitalistas en Holanda y el norte de Italia, por lo que a partir de mediados del siglo XVIII cuando Europa comenzó a distanciarse del resto del mundo y a asentar las bases de la futura sociedad industrial debido al desarrollo, aún primitivo, de la industria pesada y la minería, la alianza de los comerciantes con los agricultores hizo aumentar la productividad, lo que a su vez provocó una explosión demográfica, acentuada a partir del siglo XIX, dando inicio así a los primeros pasos de la Revolución Industrial, los cuales se caracterizaron por la transición de una economía agrícola y manual a una comercial e industrial cuya ideología se basaba en el racionalismo, la razón y la innovación científica.

A lo largo de la historia podemos observar que uno de los principales desencadenantes de la Revolución nace de la necesidad de los gobiernos, quienes al observar que debido a la guerra las importaciones de muchos productos y materia prima quedaron suspendidas, se vieron obligados a presionar a sus industrias y a la nación en general para producir más y mejor que antes, desarrollándose industrias antes inexistentes.

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A partir de ese momento la industrialización tuvo lugar en diferentes oleadas en los distintos países; las primeras áreas industriales aparecieron en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII, extendiéndose a Bélgica y Francia a principios del siglo XIX y a Alemania y a Estados Unidos a mediados de siglo, a Japón a partir de 1868 y a Rusia, Italia y España a finales de siglo. Entre las razones por las que se desarrollaron dichas áreas industriales se observan algunas tales como la notable ausencia de grandes guerras entre 1815 y 1914, la aceptación de la economía de mercado y el consecuente nacimiento del capitalismo, la ruptura con el pasado, un cierto equilibrio monetario y la ausencia de inflación.

Como consecuencia de la industrialización durante esta época podemos observar que se desarrollaron los siguientes cambios:

Mejoras agrícolas: Se sustituyó el barbecho (dejar descansar la tierra por un tiempo para recuperar nutrientes), se introdujo el arado de hierro y se perfeccionaron los sistemas de riego. En el siglo XIX se inventaron abonos químicos.

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Cambios en la ganadería: Se destinaron tierras a la producción de forraje para alimentar a los animales, lo que aumento el ganando y la carne dejó de ser el alimento de ricos.

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Cambios en las estructuras agrarias: La tierra se convirtió en propiedad privada y los burgueses compraron parcelas.

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Capacidad de innovación técnica: En Inglaterra se descubrieron nuevas fuentes de energía, metalurgia y confección de bienes, la máquina de hilar transformó lo textil, la máquina a vapor revolucionó el sistema de obtención de energía.

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